La esencia del coaching
Creer en las personas. Esa es la esencia del coaching. Estar convencido de que la otra persona es capaz de encontrar por sí misma las respuestas a los desafíos que se le presentan. Esta circunstancia debería ser suficiente para que las organizaciones y los directivos practicaran con profusión el coaching y fomentaran el proceso de impartirlo. Al fin y al cabo, ¿para qué se paga a los directivos?
El desarrollo de sus colaboradores debería ser una de las funciones capitales de su trabajo. Que sus colaboradores ganen autonomía en el tratamiento y en la resolución de los problemas, haciendo uso de sus propios recursos. Este enfoque supone que el directivo, por lo general, precise desaprender aquello que le ha convertido en un supervisor con éxito en el corto plazo, con una fuerte orientación a la tarea y descubrir la verdadera dimensión del factor humano y la comprensión plena de qué papel juega éste en la contribución a los resultados. Para el directivo, el coaching conlleva, en esencia, una nueva modalidad de ejercer el liderazgo.
Los modelos mentales, los paradigmas o la programación interna de los directivos ejercen aquí una importancia crítica. La dirección heroica que tiene todas las respuestas ya no tiene cabida en este nuevo espacio. Se trata justamente de todo lo contrario. De eliminar el rol dependiente del colaborador y colocarse en una posición receptiva, reflexiva, a partir de la cual los colaboradores depositen la confianza en el líder, ya no directivo, y que éste – en ese nuevo espacio generado – pueda estar en disposición de ayudar al colaborador a que encuentre. La creencia primordial del coaching es que el colaborador es una persona creativa, completa y llena de recursos. La labor del directivo es, pues, liberar y poner en juego esa serie de recursos. Una serie de habilidades contribuyen a ello.